Hacia El Primer Encuentro Mundial de Ignorares

lunes, 25 de octubre de 2010

LA SANTA

Ahora ¿ves? como son las cosas José Isabel, tú la viste crecer desde chiquita, más de una vez dijiste que la muchacha iba a ser bonita. Recuerdo que por las tardes te sentabas frente a su casa y te dedicabas a jugar con ella contándole de vez en cuando aquellos relatos -porque siempre fuiste un gran contador de esas historias que hoy ya nadie cuenta- de fuentes y de árboles que hablaban, de animales feroces que al encanto de una niña se amansaban y de todas esas cosas maravillosas que cuando uno está pequeño le gustan tanto. Así la fuiste viendo crecer, hasta que tenía trece años, entonces te diste cuenta que se había desarrollado, porque los pezoncitos de las tetas parecía que se le querían salir corriendo hacía donde tú estabas y las nalgas ya no eran las de una niña, mucho menos su cuerpo, que como decía Nicasia López «esa muchacha es toda una mujercita, con ese cuerpo que tiene es mucho el dolor de cabeza que le va a causar desde temprano a María Mercedes».

Fue por aquellos días cuando tú empezaste a tener esos sueños extraños que te causaban placer y pena a la vez, tanta pena te daba que al otro día no querías ni mirarla, porque a pesar de todo a ella seguían vistiéndola con esos vestidos de muchachita que tan graciosa hacíanla parecer.

Quizá era por eso que te sentías tan mal porque en las noches de sueños eróticos la mirabas correr desnuda con los brazos abiertos como buscándote por aquella sabana que parecía encantada en la cual tú te acercabas para abrazarla y hacerle el amor con un desenfreno tan inusitado que al otro día amanecías mojado con tu propio semen, maldiciéndote hasta la saciedad, repitiéndote mentalmente que estabas loco.

Pero así son las cosas José Isabel... Ya por último te acostumbrastes a mirarla cuando ella estaba pensativa; tú te hacías la ilusión de que ella pensaba en ti o por lo menos en tus historias de fuentes y de árboles encantados, eso quizá te hacía sentir aliviado. Pero ya ella tenía quince años ¿entiendes? ¡quince preciosos años! y ya no pensaba en fuentes y animales ni nada de esas cosas de cuando niña porque para ella -y tú tenías que saberlo- pasaron a ser un lindo recuerdo. Para que tú veas, ella pensaba en el hijo del bodeguero de la esquina, lo pensaba como hombre, lo deseaba en sus sueños, exactamente como tú la deseabas a ella.

Ella lo veía venir desnudo, lanza en ristre apuntándole donde ella quería que le apuntara y al otro día no amanecía como tú, por el contrario, lo deseaba más. Tan es así que ese día lo pasaba más contenta que otras veces.

Por eso José Isabel, fue que esa noche ella se fugó con él, a lo mejor, quien sabe, lo hubiera hecho contigo, pero tú nunca entendiste nada, porque te dedicaste toda la vida a tenerla como una santa; sin saber que ella era una mujer con todas las virtudes de todas las mujeres; sin embargo tú eres un soberano pendejo, porque en vez de estar buscándote una mujer -que ya a tu edad era hora de que la tuvieras- estas tirado en el suelo con ese tiro en la cabeza y ese pedazo de papel, que a la hora de la verdad en nada disculpa tu solemne estupidez.

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