Hacia El Primer Encuentro Mundial de Ignorares

lunes, 25 de octubre de 2010

LADRÓN DE CREPÚSCULOS

Desde las tres de la tarde la cola cimbreaba más allá del portón de la empresa, hasta llegar a una inmensa valla que era contemplada por los de la cola con gran fascinación. Era una pintura en acrílico que mostraba una hermosa tarde y en letras cursivas bien timbradas «Crepúsculos Importaciones Exportaciones inc».

Cuando aparecieron los primeros crepúsculos la gente se alborotó, se inquietó en extremo y por más que los vigilantes privados trataban de calmar y mantener en orden la cola, no lo podían lograr. La gente se fue aglomerando mientras vociferaba: «a mí», «yo lo vi primero», «doy lo que sea», «yo estoy desde temprano», «a mí nadie se me va a colear», y así sucesivamente hasta que no se entendía nada en aquel tumulto, que como por arte de magia fue calmado con la voz de un señor bien vestido, que fungía como vendedor.

«Señores tengan calma, se atenderá uno por uno, mantengan la cola». El tumulto entonces se desmadejaba y apresuradamente entre uno que otro leve empujón rehacía el alterado cordón que desde hacía años se formaba frente aquella prospera y singular empresa, para comprar la contemplación de un crepúsculo que a decir de los viejos «ya no salen como los de antes».

Con la llegada de la noche la empresa corría sus inmensos portones, soltaba los perros guardianes, encendía los potentes reflectores y los vigilantes realizaban sus rondas como siempre lo han hecho desde que se fundó la empresa.

Esta historia comenzó hace ya muchos años cuando José, oriundo de estas montañas, tenía un tarantín donde vendía fritangas, sopas y jugos, hechos con verduras, frutas y animales de la zona, que compraban los cansados viajeros para calmar hambre y sed, y de paso, por las tardes, con la partida del día aprovechaban para contemplar los vistosos crepúsculos que el paisaje ofrecía sin cobro adicional.

En una de esas tardes, por aquellos lejanos días se presentó al tarantín un señor bien vestido y pidió lo que a la venta se ofrecía, comió y bebió hasta saciarse, luego pagó y se dio a caminar mirando a su alrededor como si buscara algo, hasta que aparecieron en formación los primeros crepúsculos en un juego de colores que se unían y se separaban como si se estuvieran besando, a ratos era un fuego intenso, que se desparramaba sobre las blancas nubes arropándolas y tiñéndolas, transformándolas en rosados puros o amarillos intensos que se movían a su antojo, fusionándose y separándose para ser otras, en otros colores, este juego duró hasta que ya no hubo más tarde, hasta que la noche lo consumió todo y José iluminó con unas lámparas alimentadas con aceite de higuereta, que producía una llama de un azul tan intenso que provocaba agarrarla suavemente con las dos manos y guardársela en el corazón.

Cuando el hombre regresó de su paseo forzado por la noche, le preguntó a José ¿y no los venden? ¿qué? preguntó José, «los crepúsculos», respondió el hombre bien vestido que a leguas se sabía era de la ciudad, José rió con ganas, y le preguntó ¿cómo se puede vender lo que no hemos hecho, lo que no nos pertenece?. El hombre tranquilamente dijo «igual que se vende el agua, los gases, los ríos, los mares, es muy fácil, no es nada complicado». «Será como usted dice, pero aquí no se le ha ocurrido a nadie» y así se despidieron.

Al día siguiente el hombre bien vestido regresó con otros hombres bien vestidos, comieron, bebieron y recorrieron el lugar. Como en un agraciamiento para con ellos, los crepúsculos de aquella tarde se manifestaron con mayor esplendor que nunca, al punto que se recuerdan como los más asombrosos que ojos humanos hayan visto alguna vez.

Los hombres ofrecieron a José comprarle el tarantín y sus alrededores, pero José se negó argumentando que él no sabía por qué, pero que eso valía mucho para él, los hombres no se inquietaron porque eran hombres de negocios como se supo después, llamaron a uno de ellos, quien con mucho cuidado puso atención a las instrucciones que casi en secreto le dieron, luego el hombre llamó a José, sacó una libreta y un lápiz y comenzó a explicarle por medio de los números y las palabras, lo que era a su manera de ver las verdaderas querencias, el hombre lo hizo con tanta habilidad que poco a poco José se fue enamorando de números y palabras que lo transportaban a lugares remotos, donde estaban ciudades que no hubiera conocido nunca en todos los años de vida de muchos hombres por lo grande que eran, supo de lenguas que su imaginación jamás dio para comprenderlas, se deslumbró con ríos, montañas, mares y desiertos, que claramente veía en los números y las palabras que el hombre colocaba en la libreta y en los oídos, por último el hombre ya vuelto de aquel viaje le dijo «nada de esto será posible vendiendo jugos y fritangas» y le ofreció una suma que rebasaba en mucho lo que José vendería en todos los años de vida que le quedaban.

José no salió de su asombro sino años después, cuando regresó al lugar y encontró la inmensa empresa en donde hoy trabaja dándole de comer a los perros y apropiándose furtivamente, de vez en cuando, de uno que otro retazo de crepúsculo, para contemplarlo a solas, y con la nostalgia, volver a aquel sitio en donde nada había que hacer para estar con ellos, y sin el temor de que a su edad lo sorprendieran robando.

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